Lo viejo le pertenece al color marrón. Eso lo aprendí de pibe, trabajando en la relojería. No era una fábrica, ni tampoco una tienda a la que van a calibrar las personas sus relojes. Era un conventillo reacondicionado, con piso de nogal en la habitación principal, y detalles de roble en cada escalón de la escalera caracol. escalera caracol "con alma", le gustaba explicar al Norberto, cuando estaba en un buen día y cuando le parecía que el cliente le estaba prestando atención. Escalera de caracol "con alma", decía, porque "tiene sus peldaños entregados en una zanca espiral que no deja hueco alguno". Un entendido.
La escalera tiene, en la mitad, un pequeño mirador construido por dos albañiles que nacieron en Austria y se mandaron a mudar porque los corrían los nazis, ha visto. Dice que los austríacos eran brillantes, dice que en el medio del viaje, al barco lo embistió un bicharraco marino, y los austríacos le construyeron al barco un revoque derritiendo cosas en la hoguera. Brillantes.
Y a la mitad de la escalera con alma construyeron un mirador desde donde se ve siempre la catedral. Es un espectáculo el atardecer. A la catedral le llevamos un reloj con un Jesús tallado en cerezo. Arriba de la cabeza del Jesús, en la parte superior de la cruz, está el reloj. Le pusimos manecillas de plata, traídas en carro desde Potosí dos siglos atrás. Maravillas que encontraba solamente el Norberto. Si habremos hecho nuestras cosas, si habremos trabajado. Eran otros tiempos. La gente palmaba por una gripe. Mucho más que ahora, que la gente está más consciente, más enterada con esto de los virus. Cuando yo nací, en la Argentina no había penicilina. Y cuando era chico, le ganamos a la polio por goleada, pero el árbitro era mal bicho y nos expulsó a un par.
La relojería estuvo abierta hasta la Guerra de las Malvinas. El hijo del Norberto fue a pelear. Nunca vio un inglés pero volvió y estaba cambiado. Parecía otro. El Norberto se lo llevó a las sierras de Córdoba, se fueron juntos. Se fueron a un pueblo chiquito, y ¿sabés lo que me dijo en una de sus últimas cartas? "Acá no tengo reloj. Todos los días son el mismo". Yo me preguntaba, ¿a qué planeta se mudó este? Pero ahora no te miento si te digo que lo entiendo. Toda la gente en sus casas, parece la Final del Mundo todos los días.
Mi nieto me compró un celular el año pasado, de color plateado el chiche. Quería que me vaya con él. Vive en Barcelona. en un departamento y sube por el ascensor. "Yo no, ni mierda", le dije, porque me muero de un soponcio encerrado ahí adentro. Yo te agradezco mucho, pibe, por esto de venirte para acá en plena cuarentena. Yo sé que las inmobiliarias no están trabajando, pero ya me queda poca cuerda, no quiero perder un día más. Te la reservo ya mismo como que me llamo Arnaldo Ortega. Encima dicen que los viejos estamos todos en jaque. Me mandé a mudar del geriátrico porque no me dejaban tomar los mates en el sol. Estamos todos locos. Yo soy viejo pero no boludo. Me van a agarrar a mí para cualquier cosa, qué soy yo, el último orejón del tarro.
Yo te adelanto este mes, y te voy pagando religiosamente todos los meses, como que me llamo Arnaldo Ortega. Cobro la jubilación el cinco de cada mes. Por lo menos salgo un rato, miro los pájaros, veo la gente. Vos venime a cobrar, que yo no sé usar los bancos. Gracias por el café, pibe, riquísimo. ¿Sabés qué pasa? Esta casa vieja es el único lugar que queda en el mundo donde hay lugar para mí, acá está el color del polvillo, del aserrín acumulado. ¡La gente como vos no sabe qué hacer con esto! Hay olor a madera, olor marrón. Me va a llevar unos buenos años restaurarlo, pero yo siempre me quise dedicar a esto. El tiempo ya lo tenía. Ahora tomé coraje, y no hay nadie que se anime a decirme que no puedo.
Voy a restaurar la relojería porque mientras haya relojes funcionando alguien va a tener que calibrarlos.
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