Conocí sobre el día fuera del tiempo hace un año y un día-atemporal. Me pareció una idea genial y no me la olvidé más.
Cuatro días antes que eso, me puse a conversar con una mujer y me fui caminando a dormir con ella para descubrir que ya la amaba, que ya la amé siempre.
De esos cuatro días, pasé casi tres a su lado, dándonos cuenta. Mirarla es reconocerla de algún pasado o algún futuro, es instintivo como mover los brazos.
El resto de ese tiempo lo pasé trabajando (se me olvidó dormir).
El martes 25 de julio de 2017 a la mañana bien temprano, en el último episodio de ese fin de semana inconmensurable, acompañé a mi hermano Tincho a recibir la medicina del kambó. Él salió de la casa Haira Haira feliz y pleno, yo me fui temblando.
El trayecto para llegar a mi casa desde ahí consta de escasas diez cuadras a través del parque Independencia. Recuerdo que hice una parada estratégica atrás de un ombú para mear y sentarme en sus raíces a recuperar algo de fuerza. Me sentía totalmente atontado.
Cuando finalmente llegué a mi casa, fui directo a la cocina y preparé un coctel de protectores: piqué un ajo, hice un té de jengibre limón y miel, cociné un arroz con curcuma, ingerí todo junto y me derrumbé en la cama.
Deliré de fiebre durante todo el día fuera del tiempo.
Volví a mí recién al otro dia de aquel punto medio entre viaje largo y sueño fugaz. Ahora era yo y otro(s) yo. Sensación de estar reconfigurado.
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