Habia llovido durante veinticuatro horas sin parar un segundo y sin previo aviso. Nos encontró en tu casa, y nos la pasamos mirando la ventana que da a la calle. No tanto el paisaje como la ventana en sí. Era color verde oscuro, de esos que se pintan sobre metal y se aclaran un poco cuando se secan. Las terminaciones en espiral, la hermatoste sosteniendo vidrios gruesos, testimonios de otra época, de cuando nuestros abuelos juntaban el mango para construir y se aventuraban a algo para que dure dos o tres generaciones.
Nos comparamos con presos de lujo, narcos o algo por el estilo. Esa noche dormimos en el living. Extendimos el sofá y nos tapamos con la frazada violeta de micropolar. Vos me hiciste cucharita y yo no me podía no dormir pero no quería, por el aliento calientito en mi cuello.Desperté cuando ya no llovía. A la mañana siguiente escampó, dejando el cielo bien arriba. Tenías olor a cachorrito cuando te despertabas, y me lo contagiabas.
Yo vivi tres décadas y unas seis mudas de piel. De mi vida pasada con vos, tomé la costumbre que aprendí de tus narraciones y perfeccioné escuchándote: aprendí a colorear.
La cocina era muy pequeña en relación a la casa. El color magenta de la pava gastada, apoyada sobre el anafe amarillo azufre. Tenías los minutos contados para que el agua no hirviera. A eso yo le llamo instinto. La luz de la lámpara no amarilla sino calida. Los cubiertos color tramontina, la mesa algarrobo. Los modos de percibir que me enseñaron tus ojos color arroyo cristalino, piedra lavada, verde esmeralda, mundo enfrascado. Por la tarde, decidimos salir a dar una vuelta.
Me confesaste que te alucinaba la nitidez de las cosas cuando pasaba la lluvia, me dijiste que lavadas parecían volver a tomar su momento original. Chapoteamos por cinco mojadas cuadras hasta llegar al Parque Alem. A esta altura, ya había sol y mosquitos. Sacaste la manta, inauguramos los mates y nos sentamos a tomar aire. En el lugar no había nadie. Bromeé que si seguíamos siendo presos, ahora éramos V.I.P.
Te conté lo que me imaginaba del futuro. Una distopía tecnológica, un hacinamiento inminente. Inventar para mí refugios, la construcción de un mundo mejor, de mil casas enorme para nosotros, sin límites a la vista.
Vos me preguntaste de qué pensaba vivir, y yo te pregunté lo mismo. Fue la primera vez que mencionaste esa casa que pertenecía a tu familia, que estaba un poco venida a menos, alquilada de palabra a una gente conocida.
Te fue cambiando la cara mientras yo te hablaba, y para cuando lo convertí en un monólogo sobre vivir viajando por el mundo, tu cara se había vuelto color amarillo hojarasca. Balbuceaste las palabras "sos muy complicado, creo que yo no pienso tanto", y cambiaste de tema como quien cambia una película porque va a ser triste.
Después de casi dos años juntxs, ese día conocimos la decepción en las palabras del otrx. Si me preguntás, para mí ese fue el principio del fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario