Llegó con las llaves del cofre más antiguo y habló de las arenas del tiempo.
Llegó con la mirada de quien vio piedras erosionarse hasta convertirse en desierto.
Vestía una túnica, una pieza de todo el cuerpo, sin inscripciones ni dibujos, solamente formas.
Llegó e hizo que el cielo virara del azul al negro sin nunca ponerse gris.
Sin medidas de tiempo más que el cielo sobre la tierra, llegó e hizo un solo gesto que nada se parece a un mudra y que el Buda jamás intentó hacer.
Con la postura de una montaña, dio por terminada la guerra y uno por uno se fueron apagando los alaridos.
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