mi abuelo se estaba muriendo. mi vieja no caía. el viejo cenaba cáncer de pulmón con salsa de enfisema, y le quedaban como máximo dos o tres meses de vida.
la historia me la cuenta mi mamá, hoy, a sus sesenta y tantos. toma y toma los mates que le cebo. ella nunca se prepara los suyos, pero va a tomar hasta el más lavado y va a explicarme por qué está pagando su propia tumba desde hace más de veinte años.
mi vieja era lo que hoy diríamos una trabajadora independiente. laburaba sin horarios y se ponía su propio sueldo: era ama de casa. voluntariosa a pesar del hambre, había empezado su camino laboral a los catorce atendiendo el almacén de la esquina de su casa. de esa forma, llenaba su estómago comiendo galletitas directamente desde el frasco y pagaba de a poco la siempre creciente deuda de fiado que tenía su familia.
veinte años después, sus índices de hambre y de voluntad habían cambiado. más cómoda pero con solamente dos manos, ya no podía hacer malabares entre su casa, mi padre y el suyo.
mi viejo, un tipo racional y cauteloso, acompañó a su mujer durante el proceso. fue la única vez en su vida en que la encontró superada por una situación.
una tarde, después de verla romper dos tazas y servir el café en una maceta, se sentó con ella y le aseguró que si era necesario trabajaría el doble para que no le falte nada, ni a ella ni a lo que quedaba de mi abuelo. previsor como era, salió con anticipación a buscarle tumba al pobre hombre.
mi papá trabajaba en algo importante, entonces conocía al dueño de previnca, la aseguradora más grande de la ciudad. tardó algunos días hasta ponerse en contacto y cuadrar una reunión con él.
en un bar céntrico en horas del mediodía, le invitó un café al señor Pérez. ahí, se enteró de que el sepelio se paga hasta el día en que te morís, y que incluye una cláusula inflacionaria en la cual cada año se paga más caro, ya que cada vez estás más cerca de la muerte.
entonces, los cementerios -al igual que las obras sociales- no quieren ancianos como nuevos socios de su club. mi padre le rogó una solución al dueño de la empresa, y negociaron un acuerdo: su suegro tenía un lugar garantizado en el cementerio más cercano. a cambio de eso, el señor le pedía que, además del abuelo moribundo, se anotaran en el mismo cementerio dos personas jóvenes.
fue así como mis padres sellaron su casamiento, y vivieron felices para siempre.
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