domingo, 13 de mayo de 2018

ayer dormi doce horas

el sol dejó de salir sin previo indicio. él se cree grande, todopoderoso, entonces no avisa. yo lo extrañé durante semanas, y el agua que no caía se acumuló hasta volcarse, como cuando cede un techo de lona. me tapó el agua.

quedaron algunas secuelas. una garganta raspada y roja. una luna en el tórax. siento una suerte de campo de fuerza justo entre mi carne y mi piel, como separándome de la existencia exterior.

ayer dormí doce horas, en mis profundidades, apapachado por una marea delicada y sutil.

soñé con Lara, la perra que se crió conmigo. cuando se murió, yo fui el encargado de arrastrarla hasta la puerta. al otro día la pasaron a buscar. había que llamar al mismo número que cuando estaba enferma, y la recogió el mismo tipo en la misma camioneta, esta vez no para darle pastillas sino para enterrarla, o para cremarla y esparcir sus restos en mi cerebro hasta que resucitó entre sueños.

a Lara la trajo mi hermana cuando era una cachorra callejera maltratada. tenía heridas abiertas, rabia y parásitos. esas alimañas emanaban más vida que ella. cuando llegó me presenté y la saludé, y recién me devolvió el saludo a la semana, más o menos cuando su estómago recuperó su tamaño normal.

Lara era negra como la pobreza misma, y salir a pasear es algo que nunca le hizo gracia.

en mis sueños no ladraba, estaba echada sobre una piedra, yo también. el agua nos mojaba. ella no hacía gestos. no entiendo por qué los perros no reaccionan cuando se les ningunea. tampoco sé por qué soñé con una lara triste, quieta, inexpresiva.

me desperté chupándome el dedo, entre la babia y la confusión. no me levanté. me quedé en la cama preguntándome si el desastre se habría resuelto solo.

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